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Onomástica/apellidos
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Introducción |
La Real Academia Española define la onomástica,
en una primera acepción, como perteneciente o relativo
a los nombres y especialmente a los propios. En una segunda
acepción como ciencia que trata de la catalogación
y estudio de los nombres propios. En una tercera acepción
como día en que una persona celebra su santo.
La Real Academia Española define apellido en una primera
acepción, como nombre de familia con que se distinguen
las personas; como Córdoba, Fernández, Guzmán.
En una segunda acepción como sobrenombre, o mote.
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Formación
de los apellidos hereditarios |
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La función del apellido no es sino la de servir de
complemento al nombre de pila para evitar confusiones. En
origen, los apodos u otro tipo de denominaciones hacían
el papel de apellido, con distintivos tales como "Pedro
el hijo de Antonio", "Juan el del Puente",
"Luis el Zapatero", etc. Es evidente que la repetición
de los nombres de pila hizo necesario el uso de un segundo
nombre para distinguir a individuos con el mismo nombre de
bautismo.
Probablemente, uno de los recursos más antiguos haya
sido el uso de algún apodo o mote además del
nombre de nacimiento. Es interesante observar cómo,
sobre todo en las zonas rurales, todavía está
muy arraigada la costumbre de llamar a una persona mediante
un apodo, y es significativo comprobar cómo éstos
se heredan. Esta costumbre nos ayuda a entender mejor cómo
se hicieron hereditarios los segundos nombres o apellidos.
La
fijación de los apellidos empieza con la difusión
del uso de documentación legal y notarial a partir
de la Edad Media. Los notarios y escribanos medievales empezaron
a tomar la costumbre de hacer constar, junto al nombre de
pila de los interesados, el nombre de su padre, su apodo o
sobrenombre, profesión, título o procedencia.
En un principio sólo hallamos documentados los casos
de cargos eclesiásticos o de personajes de la alta
sociedad; posteriormente, el uso de documentos notariales
o parroquiales se extiende al resto de la población,
lo que terminará reforzando el uso de un distintivo
que, añadido al nombre de pila, acabará por
convertirse en lo que hoy es el apellido hereditario.
Es probable que el uso del apellido empezara a extenderse
a partir de los siglos XI o XII, cuando el constante empobrecimiento
de la onomástica hizo preciso el uso de un segundo
nombre. En la Edad Media, al igual que ocurre todavía
hoy en día, los nombres de pila o de bautismo respondían
a modas y a la necesidad de imitar los nombres de las clases
dominantes, de personajes famosos o de santos muy venerados
(razón ésta muy importante en la Edad Media),
lo cual terminó reduciendo el abanico de nombres escogidos
para el recién nacido.
En los reinos de Navarra, León y Castilla, empezó
a ser costumbre añadir al nombre del hijo el del padre
más el sufijo "-ez", que venía a significar
"hijo de"; por ejemplo, Pedro Sánchez quería
decir "Pedro hijo de Sancho". Esta costumbre debió
limitarse en principio a familias de la alta sociedad, pero
sin duda posteriormente se hizo extensible, por imitación,
a estratos más populares, como se deduce del hecho
de que los apellidos en "-ez" sean en la actualidad
los más abundantes en España. Pero no todo el
mundo usó este patronímico; otros usaron simplemente
el nombre del padre en su forma regular, como se ve en apellidos
como Nicolás, Bernabé o Manuel, a veces anteponiendo
la preposición "de" para marcar filiación
y también para distinguir el nombre de pila del nombre
patronímico. Pero hubo otras maneras de formar el segundo
nombre o apellido, como la de añadir el lugar de origen
o residencia del individuo, su oficio o cargo, un apodo, etc.,
como se verá más adelante.
Parece que es entre los siglos XIII y XV cuando empieza a
extenderse a todos los estratos sociales la costumbre de hacer
hereditario el segundo nombre, la que hoy llamamos apellido;
no cabe duda de que una familia propietaria o arrendataria
de unas tierras, por pequeñas que fueran, tenía
interés, sobre todo de cara a la documentación
legal y notarial, en hacer constar un nombre hereditario como
nombre de familia ligado a la posesión sucesoria. Por
otro lado, sabemos que en la Edad Media las profesiones solían
ser hereditarias, sobre todo en las poderosas asociaciones
gremiales; de esta forma, era fácil que en los documentos
notariales, comerciales o parroquiales el oficio del individuo
quedara adherido al nombre; así, un Pedro zapatero
(es decir: Pedro, de oficio zapatero) le transmitía
a su descendencia la profesión, terminando por convertirse
el nombre de la misma en un apellido hereditario, y si las
personas del pueblo heredaban las profesiones, los nobles
heredaban sus títulos, y un Andrés hidalgo o
un Javier caballero (es decir, con títulos de hidalgo
y de caballero, respectivamente), tendrían que transmitirles
esos mismos títulos a sus hijos, que terminarían
por apellidarse Hidalgo o Caballero. De todos modos, en la
Edad Media la adopción de nombres y apellidos era un
acto completamente voluntario, y sorprende observar en la
documentación medieval que los cristianos podían
llevar segundos nombres musulmanes o judíos, y viceversa,
e incluso los sacerdotes podían ostentar, sin que esto
supusiera ningún problema, apellidos islámicos.
Había, pues, libertad casi absoluta en la adopción
del apellido, pudiéndose elegir, entre los de los ascendientes,
los apellidos que más gustaban por parecer más
bonitos o respetables, por motivos de afecto hacia tal o cual
familiar, etc. Es evidente que, a lo largo de tantos siglos
durante los que el uso del nombre no estuvo sujeto a ninguna
regla precisa, se produjeron multitud de formas y variantes,
procedentes del gusto o la fantasía de las personas,
del criterio ortográfico de cada notario y escribano,
del uso lingüístico y acento de cada localidad,
etc.
En
el siglo XV ya se hallan más o menos consolidados los
apellidos hereditarios, ello gracias, en parte, a la obligatoriedad
(por iniciativa de Cisneros) de hacer constar en los libros
parroquiales los nacimientos y las defunciones. De todas formas,
conviene saber que, sobre todo en las zonas rurales y entre
la gente más humilde, la norma actual del apellido
paterno hereditario no se fija definitivamente hasta el siglo
XIX, en el que la burocracia estatal empieza a hacer obligatorias
las leyes onomásticas. En 1870 surge en España
el Registro Civil, que es donde se reglamenta el uso y carácter
hereditario del apellido paterno y donde queda fijada la grafía
del apellido, salvo errores de los funcionarios.
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Clasificación de
los apellidos |
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Los sobrenombres que sirvieron para formar los actuales apellidos
se pueden clasificar fundamentalmente en 6 categorías:
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1º) Apellidos patronímicos |
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Un procedimiento muy común en todas las comunidades humanas
ha sido el de especificar el nombre del padre para establecer
distinciones entre personas con el mismo nombre de pila, como
por ejemplo "Antonio el hijo de Pedro", y esto se
comprueba aún hoy en día, sobre todo en las zonas
rurales. Así pues, en el ejemplo Antonio, el hijo de
Pedro se llegó por economía de palabras al resultado
Antonio el de Pedro o Antonio de Pedro, y llegó un momento
en que, al adherirse naturalmente al nombre del hijo el del
padre (en algunos casos de la madre), éste terminó
convirtiéndose en apellido hereditario. Así se
explican los numerosos apellidos actuales procedentes de nombres
de bautismo como Juan, Nicolás, Marcos, Antonio, etc.
No faltan casos en los que la preposición "de"
se conservó o se añadió posteriormente
para evitar que se confundiera el apellido con el nombre de
bautismo, de manera que no son infrecuentes ejemplos como De
Miguel, De Nicolás o De Tobías, en los que la
presencia de la preposición no indica origen noble, como
creen algunos erróneamente.
El apellido procedente del nombre del padre es, con diferencia,
el caso más frecuente; de hecho, los abundantes y españolísimos
apellidos terminados en "-ez", como Sánchez,
Gutiérrez, etc., no son sino apellidos procedentes del
nombre del padre (respectivamente, de Sancho y Gutier o Gutierre).
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2º) Apellidos toponímicos |
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La
costumbre de apellidarse con nombres de localidades viene
de antiguo y podemos citar a Thales de Mileto (640 A.C. en
Mileto), Pitágoras de Samos (580 A.C. en Samos), etc.
Los lugares de donde procedían los individuos, donde
vivían o de los que eran propietarios, han sido siempre
un formante importantísimo de apellidos. Aquí
también se produjo el mismo proceso ya mencionado en
el que un José el Soriano, o un Ramón de Albacete,
terminaron siendo José Soriano, o Ramón Albacete,
aunque en casos como éstos es frecuente que se conserve
la preposición "de".
Los
nombres que designan lugar de origen o de residencia son muy
variados y van desde el nombre de un país o región
hasta el de un riachuelo, una pequeña propiedad o una
construcción. Así las cosas, hablamos de apellidos
procedentes de "topónimos menores", es decir,
de nombres de fincas rurales, partidas, montes, barrancos,
etc., y de apellidos surgidos de "topónimos mayores",
esto es, de nombres de núcleos de población,
comarcas, regiones, países, grandes ríos, etc.
No hay duda de que los apellidos formados desde topónimos
menores, es decir, nombres como De la Fuente, Del Río,
etc., fueron usados en un principio entre los habitantes de
una misma localidad o municipio donde sólo existía
una fuente, o un río. También los nombres de
las partidas rurales dependientes de un mismo pueblo o aldea
servían para dar apellidos; de ahí vienen muchos
apellidos alusivos a vegetales, como Del Pino, Castaño,
etc., porque el individuo en cuestión residía
en la partida de nombre El Pino, El Castaño, etc.
También de nombres de partidas, y no necesariamente
de apodos, proceden muchos zoónimos, como Buey o Caballo,
porque los individuos en cuestión residían en
la partida o lugar de nombre El Buey, El Caballo, etc. Asimismo,
de nombres de partidas proceden los apellidos alusivos a edificios
y construcciones (Corral, Cabaña, etc.). En un mismo
pueblo, el lugar donde estaba ubicada la casa de un individuo
servía para dar apellido, como se desprende de documentos
medievales donde aparecen "apellidos" como Antonio
del callizo, Juan de la plaza, etc. También servía
para formar apellidos el lugar de residencia aludido en función
de su situación relativa, como de allende, de arriba,
de abajo, etc.; y así, un Pedro de allende el río
terminaba
siendo Pedro Allende, o un Juan de arriba la puente se quedaba
como Juan Arriba. En lo que concierne a los apellidos formados
desde topónimos mayores, es decir, a partir de nombres
de ciudades o pueblos, éstos ya implicaban un hecho
migratorio. Es significativo descubrir la procedencia de quienes
repoblaron zonas reconquistadas a los árabes a partir
de la antroponimia. Por ejemplo, son frecuentes en la zona
de Madrid, Castilla-La Mancha y Andalucía los apellidos
procedentes de poblaciones castellano-leonesas, así
como en Valencia lo son los apellidos que
proceden de poblaciones catalanas y aragonesas, pues sabemos
que, tras la conquista de
Valencia por Jaime I de Aragón, fueron gentes originarias
de Cataluña y Aragón las que repoblaron la mayor
parte de la actual Comunidad Valenciana. También es
significativa la gran cantidad de apellidos catalanes castellanizados
en la zona murciana, que ponen de manifiesto la importante
repoblación que los catalanes llevaron a cabo en el
reino de Murcia. En ello se demuestra que a los colonos que
tomaban posesión de las nuevas tierras, el escribano
los matriculaba utilizando como apellidos las poblaciones
de donde provenían. Un porcentaje muy alto de los apellidos
actualmente existentes en España proceden de nombres
de poblaciones, lo que implica una intensa actividad migratoria
en tiempos medievales.
Establecer una clasificación más o menos completa
de topónimos formantes de apellidos sería muy
complejo, no obstante, podemos hacer la siguiente clasificación:
a) Apellidos procedentes de gentilicios, nombres de países,
regiones, ciudades o pueblos: España, Francés,
Catalán, Aragón, Aragonés, Almagro, etc.
b) Apellidos procedentes de nombres comunes de núcleos
de población: Aldea, Barrio, Villa, etc.
c) Apellidos procedentes de nombres comunes de edificios y
construcciones varias: Torres, Castillo, Corral, Puente, Iglesia,
Cabaña, etc.
d) Apellidos procedentes de nombres de accidentes hidrográficos:
Ebro, Segura, Río, Torrente, Ribera, Fuentes, etc.
e) Apellidos procedentes de nombres comunes referentes al
relieve y composición del terreno: Sierra, Monte, Valle,
Cueva, Peña, Roca, etc.
f) Apellidos procedentes de nombres referentes a la vegetación:
Encina, Perales, Manzano, Fresneda, etc.
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3º) Apellidos procedentes
de oficios, cargos o títulos |
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Esta categoría obtiene el tercer puesto en importancia,
y son muchos los apellidos relacionados con la iglesia, la
nobleza, el ejército, la artesanía, el comercio,
la agricultura, la ganadería, etc. Los cargos eclesiásticos,
como abad, obispo, capellán o sacristán, han
dado origen a abundantes apellidos, lo cual puede resultar
sorprendente si suponemos a los hombres de iglesia célibes,
como
hoy en día, pues no se entiende la razón de
apellidos hereditarios en un estamento que, supuestamente,
no puede tener descendencia. Los motivos para su formación
pudieron ser varios; en su mayor parte, estos linajes se formaron
a partir de apodos relativos a muy diversas circunstancias:
personas muy beatas, solitarias o castas, o que habían
abandonado el hábito religioso, o lo habían
vestido en cumplimiento de algún voto, o habían
sido monaguillos, o servían en un monasterio, sin por
ello haber profesado, o vivían en las cercanías
de un convento o iglesia, etc. También debió
de ser costumbre aplicar estos apodos a los familiares de
eclesiásticos. No obstante, tampoco podemos descartar
que tales linajes descendieran por línea consanguínea
de quien ostentaba tal cargo. Si bien la Iglesia católica
defiende el celibato de sus ministros muchos de ellos ya estaban
casados cuando tomaban el hábito y así seguían,
y otros en su soltería, llevaban una vida sexual activa
con lo que muchos de ellos tenían hijos naturales,
y no por ello eran expulsados de la iglesia. Esta situación
cambió en 1123, fecha del Primer Concilio de Letrán,
en el cual el papa Calixto II condenaba la vida en pareja
de los sacerdotes y obligaba a los mismos al celibato. La
norma tuvo poca eficacia, puesto que en 1139 se vio obligado
a insistir en ella el papa Inocencio II en el Segundo Concilio
lateranense, haciendo lo propio Alejandro III en el Tercer
Concilio de Letrán, donde finalmente la norma conciliar
pasó a formar parte del código de derecho canónico.
Incluso entonces, existió la llamada renta de putas,
consistente en una cantidad que los clérigos debían
abonar al obispo cada vez que incumplían el voto de
celibato, costumbre que se mantuvo hasta el año 1435,
fecha en que finalizó el Concilio de Basilea, en el
que se decretó la pérdida de los ingresos eclesiásticos
a todo clérigo que no abandonase a su concubina.
El Concilio de Trento (1545-1563) implantó definitivamente
los decretos de los tres concilios lateranenses y determinó
la prohibición de admitir en el seno de la Iglesia
a hombres casados. Todo ello indica que, los linajes alusivos
a cargos eclesiásticos debieron de originarse a partir
de apodos referentes a hijos ilegítimos de sacerdotes.
En
cuanto a los apellidos procedentes de títulos nobiliarios
como duque, conde, o rey, no deben hacemos pensar necesariamente
en una relación con individuos que ostentasen tales
títulos o cargos; lo más probable es que, en
la mayoría de los casos, se tratara de motes o apodos.
En efecto, si una persona era arrogante, altiva, etc., se
le apodaba rey, conde, etc., motes que todavía hoy
se aplican. También se podía apodar así
a una persona que servía en la corte del rey o en casa
de un conde, así como a alguien que tuviera algún
parecido físico con el rey o el señor local.
Lo cierto es que pudieron existir muchas otras causas surgidas
de la imaginación popular, pero en pocos casos debemos
pensar que esos nombres se debieran a hijos ilegítimos
de reyes o duques.
Podemos distinguir seis categorías de apellidos procedentes
de profesiones o cargos:
a) Cargos eclesiásticos: Abad, Cardenal, Monje, Sacristán,
etc.
b) Títulos nobiliarios: Rey, Conde, Duque, Hidalgo,
etc.
c) Cargos u ocupaciones relacionados con el ejército
o el funcionariado: Alférez, Bayle, Alcalde, Alguacil,
Escribano, Jurado, etc.
d) Oficios diversos relacionados con la artesanía y
el comercio: Herrero, Molinero, Zapatero, Sastre, etc.
e) Oficios derivados de la agricultura, la ganadería,
la pesca, etc.; Labrador, Pastor, Vaquero, Pescador, etc.
f) Oficios y ocupaciones diversas: Caminero, Criado, etc.
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4º) Apellidos procedentes
de apodos |
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Éste es el procedimiento más antiguo que existe
para distinguir a los individuos, y todavía hoy está
muy extendido el uso de los apodos, aunque más en las
zonas
rurales que en las urbanas. Con los apodos ocurre lo mismo
que en las demás categorías, y se hacen hereditarios
aunque el portador original lleve ya mucho tiempo muerto.
Los apellidos procedentes de apodos presentan a veces serias
dificultades de interpretación; en muchos casos se
trata de voces conocidas, existentes actualmente y cuyo sentido
es fácil de entender, como Feo, Gordo, etc., pero en
otros casos son antiguas voces populares, algunas de las cuales
ni siquiera están documentadas; en otras ocasiones,
por último, aunque sean voces conocidas, resulta muy
difícil adivinar qué sentido podían tener
en la imaginación popular.
Los apodos se pueden clasificar de la siguiente manera:
a) Apodos referentes a características físicas:
Bajo, Gordo, Rubio, Calvo, Cano, etc.
b) Apodos referentes a características morales: Alegre,
Bueno, Salado, etc. 
c) Apodos referentes a animales: Borrego, Buey, Conejo, Vaca,
etc. Estos apodos pueden tener muy variadas causas, como que
el individuo criara, cazara o vendiera tal animal, o por la
semejanza física del individuo con éste, por
comparación de sus aptitudes, defectos u otras características,
por alguna anécdota relacionada con el animal, etc.
d) Apodos referentes a plantas: Cebolla, Oliva, Trigo, etc.
Por lo general estos apodos designaban al individuo que cultivaba
o vendía tal planta, pero también pudieron tener
variadas motivaciones, como la comparación de rasgos
físicos del individuo con determinada planta, o alguna
anécdota relacionada con dicha planta, aunque también,
en muchos casos, tales apellidos proceden simplemente de topónimos.
e) Apellidos referentes a lazos de parentesco, edad, estado
civil, etc.: Casado, Joven, Mayor, Nieto, Sobrino, Viejo,
etc.
f) En una última categoría entran todos los
demás apodos que se puedan imaginar referentes a anécdotas
o circunstancias relacionadas con la vida del individuo: Botella,
Capote, Tocino, Porras, etc. En muchos casos ocurrió
que el nombre del objeto se aplicó por elipsis al que
lo fabricaba; de ahí proceden apellidos como Cuerda,
Cadenas, etc.
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5º) Apellidos procedentes
de aplicaciones onomásticas varias, consagraciones, bendiciones,
augurios para con el recién nacido o hechos relativos
al nacimiento |
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Estos apellidos proceden de nombres de nacimiento que los
padres u otras personas le aplicaban al niño además
del nombre cristiano de pila o como nombre único de
bautismo. Tenemos varios tipos, que podemos clasificar de
la siguiente manera:
a)
Apellidos procedentes de nombres de bautismo de carácter
afectivo o elogioso, relativos a consagraciones a Dios, bendiciones,
buenos augurios, etc. Hasta que el Concilio de Trento (siglo
XVI) hizo obligatorio bautizar a los niños con nombres
extraídos del santoral católico, las gentes
del medievo utilizaban aplicaciones onomásticas diversas,
de carácter elogioso, como Lozano, Valiente, o de carácter
afectivo, como Tierno, Bueno, Bello, etc.; también
era muy frecuente aplicar como nombre de nacimiento fórmulas
natalicias de buen augurio, como Buendía, Alegre, y
nombres alusivos a consagraciones a Dios o a hechos y fiestas
de la liturgia católica, como Diosdado, De Jesús,
De Dios, etc.
b) Apellidos referentes a circunstancias del nacimiento, a
la ilegitimidad del nacimiento o a la paternidad desconocida,
etc.: Bastardo, Expósito, Temprano, Tirado, etc.
c) Apellidos referentes al mes de nacimiento: Enero, Febrero,
Marzo, Abril, Mayo, etc.
Carece de fundamento la afirmación de algunos acerca
de que eran nombres impuestos a los expósitos en función
del mes del año en que se les encontraba; también
se ha dicho, sin mayor fundamento, que eran de expósitos
los apellidos hagionímicos como Sanjuan o Santamaría,
o los apellidos-nombres de bautismo como Pedro o Nicolás.
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6º) Apellidos de origen
incierto o desconocido |
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No escasean los apellidos acerca de los cuales nos es difícil
o imposible asegurar una etimología. Algunas veces
esta imposibilidad se debe a que estamos en presencia de apellidos
muy antiguos, en algunos casos prerromanos, como García
o Muñoz, que la ciencia etimológica no ha conseguido
explicar satisfactoriamente debido al desconocimiento de las
lenguas prerromanas. Otras veces, aunque pueda tratarse de
un nombre perteneciente a una lengua conocida, como el latín,
el árabe o el germánico, la evolución
y transformación del nombre a lo largo de los siglos
nos lo ha hecho irreconocible. Por otro lado, no faltan apellidos
nacidos de motes procedentes de palabras romances dialectales
o locales, hoy desaparecidas y por ende difíciles o
imposibles de explicar. Por fin, también ocurre, como
ya hemos visto, que gran parte de los apellidos se originan
a partir de nombres geográficos, y es frecuente que
muchos de ellos, precisamente por ser antiquísimos
y por proceder de lenguas prerromanas desconocidas, no se
hayan podido interpretar; por ejemplo, no se conoce con exactitud
la etimología de topónimos formadores de apellidos
como Huesca o Toledo.
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Historia de los apellidos
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1º) Nombres prerromanos
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Debido a la escasez de datos históricos sobre los
pueblos que vivieron en España durante la época
prerromana, no podemos conocer con exactitud cuál fue
el sistema onomástico de los iberos, celtas y demás
culturas que poblaron el suelo hispánico. Se suele pensar
que, como en el caso de la mayoría de las civilizaciones
antiguas, cada individuo tenía un solo nombre, al que
se añadía el distintivo "hijo de. .."
o algún apodo. No obstante, es probable que durante la
colonización romana, y siguiendo el modelo onomástico
latino, los indígenas, al menos los pertenecientes a
la nobleza, adoptaran nombres latinos, aunque posiblemente conservaran
como cognomen o nomen gentilicium el nombre hispánico.
En cuanto a la gente del pueblo, a pesar de su paulatina romanización,
sin duda conservó en muchos casos sus nombres iberos
o celtas. Sólo así se explica que algunos nombres
prerromanos hayan sobrevivido hasta hoy, como Pacheco, García,
Velasco, etc.
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2º) Nombres romanos |
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Los
romanos, delas clases sociales elevadas, poseían un
sistema onomástico bastante complejo, llegando a usar
hasta cuatro nombres para cada individuo: el praenomen, que
equivalía a nuestro nombre de bautismo; el nomen gentilicium,
nombre de la gens o tribu a la que pertenecía; el cognomen,
que podríamos considerar como equivalente a nuestro
apellido y, por último, a veces se añadía
el agnomen, que era como un apodo alusivo a una circunstancia
personal del individuo. Así por ejemplo en el caso
de Publio Cornelio Escipión, el Africano tenemos:
praenomen
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nomen gentilicium
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cognomen
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agnomen
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Publius
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Cornelius
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Scipio
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Africanus
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Con la Romanización de Hispania, este sistema, como
ya hemos dicho, no tardó en propagarse entre los indígenas,
que en muchos casos adoptaron nombres romanos. En cualquier
caso, conviene saber que esta práctica onomástica
romana de los tres o cuatro nombres sólo se usaba entre
la aristocracia, pues en la misma Roma los plebeyos sólo
ostentaban un nombre de nacimiento o un apodo.
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3º) Nombres judeo-cristianos
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La
cristianización de España y del resto de Europa,
a partir de los siglos IV y V, produce unos cambios sustanciales
en el sistema onomástico respecto de la época
romana: se imponen los nombres de personajes bíblicos,
mártires y santos cristianos, que desplazan a los nombres
tradicionalmente usados en el mundo romanizado. La nueva onomástica
cristiana simplificó el sistema romano, y es probable
que se volviera al uso del nombre único: el nombre de
bautismo. La cristianización favoreció la popularización
de nombres hebreos y griegos citados en el Antiguo Testamento,
en los Evangelios o en los Hechos de los Apóstoles, como
David, José, María, Juan, Mateo, Marcos, Lucas,
etc.
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4º) Nombres germánicos |
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La
caída del imperio romano y las invasiones germánicas
produjeron un nuevo cambio en el panorama onomástico
español y europeo en general. La mayor parte de la península
Ibérica cayó, a partir del siglo V, bajo la dominación
visigoda, y aunque estos invasores germánicos llegaron
ya en parte fuertemente romanizados y abandonaron rápidamente
sus hablas germánicas para adoptar el latín, conservaron
y popularizaron sus nombres. Así, la onomástica
germánica se impuso y predominó durante toda la
Edad Media. La moda de los nombres germánicos se mantuvo
a lo largo de toda la Edad Media; este éxito de la onomástica
germana se debió, sin duda, al hecho de que eran los
nombres ostentados por la clase dirigente y también,
a la particular resonancia y fuerza de nombres tales como Ildefonso,
Recaredo, Gutierre, Fernando, Rodrigo, etc. Los nombres germánicos
solían componerse o bien de dos adjetivos, o bien de
un sustantivo y un adjetivo, cuyos significados se relacionaban,
por lo general, con atributos guerreros, con la fuerza, la astucia,
el valor, la nobleza, etc. Por ejemplo, Gutierre al parecer
deriva de Gunthari, que es un compuesto de gunt "combate",
y hari, "'ejército".
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5º) Nombres judíos
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A pesar de la prolongada presencia en España de los judíos,
son prácticamente inexistentes los apellidos españoles
de origen hebreo. La explicación es bien sencilla: muchos
de los judíos que vivían en España antes
de la expulsión ya ostentaban apellido hispánico,
y después de la expulsión, en 1492, los que se
quedaron y se convirtieron al cristianismo cambiaron sus nombres
hebreos por nombres
cristianos. Esto explica que, en las listas de la Inquisición
española referentes a personajes acusados de judíos,
la mayor parte de los apellidos que aparecen no sean hebreos,
sino hispánicos, como García, Torres o Sánchez.
Pero también es sumamente significativo que ya en la
Edad Media muchos hebreos tuvieran apellido romance, aunque
ostentaran como primer nombre uno hebreo. Resulta necesario
ahora restablecer la verdad acerca del mito de los supuestos
apellidos judíos: es falsa la creencia común,
sobre todo en Cataluña, Baleares y Valencia, según
la cual los portadores de apellidos relativos a oficios eran
de origen judío. Esta creencia procede del hecho de que
la numerosa población judía de España tenía
su residencia en las ciudades, dentro de unos barrios específicos
que se llamaban juderías, donde los judíos solían
desempeñar oficios artesanos, como los de sastre, zapatero,
orfebre, etc.; en otros casos se establecían como pequeños
comerciantes en tiendas, en las que se vendían principalmente
telas y paños. La creencia de que los apellidos relativos
a oficios son judíos también procede, en parte,
del desprecio que ciertos cristianos viejos de clase noble sentían
hacia el trabajo de los comerciantes y artesanos, tradicionalmente
considerado como vil y propio de judíos. Entonces nos
preguntaremos: ¿acaso en las ciudades españolas
de la Edad Media los cristianos no trabajaban? ¿Acaso
no hubo sastres y alfareros entre
los cristianos? ¿De qué vivían los cristianos?
¿Es que eran todos nobles y ricos? No nos engañemos.
La formación de apellidos a partir de nombres de oficios
ha sido un procedimiento común y extendido en todos los
países europeos y no estuvo necesariamente relacionado
con el judaísmo. Por otra parte, incluso se ha llegado
a decir que los apellidos en "-ez" son también
de origen judío, cuando es obvio que son genuinamente
hispánicos. En lo que respecta a esta creencia, que posiblemente
proceda del extranjero, está claro que se ha tomado el
efecto por la causa, puesto que se debe a que algunos judíos
de origen sefardita, que están repartidos por el mundo,
conservan su apellido español. En ocasiones, se he dicho
que los apellidos procedentes de topónimos son también
de origen judío, cosa totalmente absurda, pues, como
ya hemos visto, el denominar a una persona por su lugar de procedencia
o residencia es un procedimiento muy común en todas las
culturas y épocas.
En definitiva, podemos decir que son casi inexistentes los apellidos
judíos que persistieron en España después
de 1492, y aquellos de origen genuinamente hebreo que encontrarnos
en la actualidad como Leví o Cohen, proceden, en su mayor
parte, de judíos recientemente instalados en España.
Conviene señalar que apellidos como Bartolomé,
Adán, José o Bernabé también son
de etimología hebrea, pero eso no indica que su portador
tenga un antepasado judío, sino que tales apellidos proceden
de nombres de bautismo extraídos de la Biblia.
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6º) Nombres árabes |
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Los
apellidos de origen árabe, al contrario de la que ocurre
con los judíos, sí se dan con cierta recurrencia
en España, y se han conservado sobre todo en Valencia y Baleares, donde la población musulmana permaneció
hasta su definitiva expulsión en el año 1609.
Como apellidos árabes podemos citar Bennasar, Bernácer,
Adsuar, Bolufer, Boluda, etc.
No obstante, es importante precisar que la mayor parte de los
apellidos de etimología árabe proceden de nombres
de lugares y, como tales, no indican en modo alguno que el individuo
portador de tal nombre tuviera un antepasado de cultura islámica.
Así ocurre, por ejemplo, con nombres como Alcaraz, Alcalá,
etc.
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7º) Apellidos extranjeros
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A lo largo de los siglos, los movimientos migratorios de familias
procedentes principalmente de Francia, Italia y Portugal trajeron
a nuestro país diversos apellidos, hoy adaptados a
la fonética española, más o menos numerosos
según la región de España. Son más
frecuentes los nombres franceses e italianos en Cataluña,
Baleares y Valencia, mientras que predominan
los apellidos portugueses en Galicia y otras zonas fronterizas
con Portugal, como Extremadura y Andalucía occidental,
así como en las Islas Canarias.
a) Apellidos de origen francés: Laforet, Minué,
Duval, Cabarrús, etc.
b) Apellidos de origen italiano: Ruso, Manzanaro, Picasso,
etc.
c) Apellidos de origen portugués: Sousa, Chaves, etc.
También existen apellidos de otros países pero
son escasos. Actualmente con la migración de personas
procedentes del continente africano, se están incorporando
a nuestra onomástica, apellidos como Mohamed, Abdelkader,
Abdeselam, etc.
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8º) Apellidos gitanos
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Como
tales, no existen en España apellidos específicamente
gitanos, puesto que los gitanos instalados en nuestro país
desde la época medieval han seguido el mismo sistema
onomástico que el resto de los españoles. Ahora
bien, sí es cierto que hay una serie de apellidos que
se repiten con especial recurrencia entre las personas de raza
gitana, debido a la fuerte endogamia que tradicionalmente ha
imperado en esta comunidad, de forma que entre sus miembros
son muy frecuentes apellidos como Heredia, Maya, Montoya o Cortés,
aunque eso no significa que dichos apellidos sean exclusivos
de los gitanos, puesto que se hallan extendidos entre toda la
población española. Sí existen, no obstante,
nombres propios genuinamente gitanos, como Adonay, Sandojé,
Sujamí o Majoré, muchos de ellos pertenecientes
al fondo lingüístico caló, lengua de la familia
indoeuropea y del subgrupo indio del noroeste. Sin embargo,
ninguno de estos nombres gitanos parece existir como apellido.
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9º) El patronímico castellano
en "-EZ" |
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En la Edad Media existía en Castilla, León, Navarra
y Aragón una práctica para formar el segundo nombre
del hijo: añadir el nombre del padre aplicándole
la terminación "-ez, -z o -íz" (forma
ésta más propia de Aragón). Así
pues, si un individuo de nombre Pedro tenía un hijo de
nombre Sancho, éste se llamaría Sancho Pérez.
De este modo, este sufijo viene a significar "hijo de".
Así las cosas, los apellidos como Fernández, Martínez,
López, Díaz, Pérez, Ramírez, etc.,
se denominan patronímicos, por ser nombres formados a
partir del nombre del padre.
No se conoce con certeza el origen de este sufijo patronímico;
algunos investigadores lo han atribuido a una supervivencia
del genitivo latino en "-ís", con valor de
posesión o pertenencia. Sin embargo, otros opinan que
se trata más bien de un sufijo de origen prerromano;
en efecto, ninguna otra lengua latina posee tal sufijo patronímico
y, además, el genitivo latino en "-ís"
no explica las terminaciones en "-az, -oz o -uz" que
encontramos en otros apellidos españoles como Ferraz,
Ferruz o Muñoz. Por otro lado, resulta interesante advertir
que estas terminaciones abundan también en topónimos
antiquísimos de época prelatina como Badajoz o
Jerez. También es significativo el hecho de que este
sufijo "-ez" todavía exista en vasco con valor
posesivo o modal. En resumen, es probable que este patronímico
castellano "-ez" sea un auténtico fósil
lingüístico préstamo del vascuence, posiblemente
transmitido a través del navarro, ya que, la lengua castellano-leonesa
primitiva obtuvo numerosos préstamos del vascuence a
través del reino de Navarra, debido a la influencia que
ejerció este reino entre los siglos IX y XI. Sabemos
que el uso del patronímico "-ez" ya estaba
extendido en Navarra en los siglos VIII y IX; de hecho, García
Íñiguez era el nombre del rey de Navarra que,
en el año 851 u 852, sucedió a su padre, llamado
Íñigo. De todos modos, aunque el patronímico
"-ez" o "-iz" sea de origen prerromano o
vascuence, no hay duda de que se vio consolidado en época
visigoda por el genitivo germánico latinizado en "-rici",
"-riz" (como en Roderici o Sigerici), que se ponía
a continuación del nombre individual para indicar el
paterno. El caso es que entre los siglos XI y XII se halla completamente
fijado en Castilla y León el uso del patronímico
"-ez", y su abundante uso queda refrendado por la
abundancia, en la actualidad, de apellidos patronímicos
como López o Pérez. No obstante, a partir del
siglo XIII esta práctica del nombre patronímico
cayó en desuso, y desde entonces los nombres en "-ez"
quedaron fosilizados y se transmitieron como apellidos hereditarios.
Ahora bien, si la forma "-ez" es un patronímico
propio del castellano, encontramos numerosos apellidos catalanes
o portugueses de origen castellano adaptados a la fonética
de sus respectivas lenguas. Por ejemplo, el catalán transformó
el sufijo "-ez" en "-is" o "-es",
como en Peris (de Pérez), Llopis (de López) o
Gomis (de Gómez). El portugués también
adaptó los nombres castellanos en "-ez" convirtiéndolos
en "-es", como en Peres o Rodrigues.
Por último, conviene saber que el uso de partículas
patronímicas es un recurso
muy común en todas las lenguas. Como ejemplos podemos
citar el sufijo "-son", (hijo) en anglosajón,
como en Johnson o Jackson; el escandinavo "-sen",
(hijo) , como en Andersen o Johansen, el irlandés "O'",
contracción del inglés of, (de), como en O'Donnell
u O'Hara, el escocés "Mac", derivado de una
voz gaélica, como en MacArthur o MacDonald, o el también
escocés "Fitz", como en Fitzgerald o Fitzpatrick,
partícula ésta derivada del francés fils,
(hijo), que los normandos introdujeron en el siglo XI. También
fue frecuente entre los británicos la marca de filiación
a través del uso de una "-s" final, indicadora
del genitivo, que terminó adhiriéndose al apellido,
como en Peters, Adams, etc. En las lenguas eslavas hallamos
partículas finales como el sufijo ruso "-of/-ov"
("-ova" para las mujeres), que encontramos en Valerarianov,
Mijailov, Tereshkova, etc.; el polaco "-ski" ( "-ska"
en femenino), como en Kawalski o Kandinsky, etc.; también
"-vic" o "-vich" en algunas lenguas de la
antigua Yugoslavia, como en Milosevic, etc. Los franceses han
usado como marca de filiación la preposición de,
como en Demathieu, Dejean, etc.; los italianos conservaron una
forma muy próxima a la del genitivo latino con el sufijo
"-ini", como Martin > Martini, etc. En árabe
y en hebreo encontramos la partícula "Ben-",
(hijo de), que se antepone al nombre, así como en japonés
encontramos "-moto", en griego "-poulos",
en vasco "-ena", etc.
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10º) La partícula "DE"
antepuesta al apellido |
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Mucha gente cree, erróneamente, que la preposición
"de" antepuesta al apellido es indicadora de una antigua
hidalguía. Esta creencia procede, sin duda, de nuestro
país vecino, Francia, donde siglos atrás se reclamó
la partícula "de" como un distintivo de nobleza
y de posesión de un territorio. En el siglo XVI se llegó
a prohibir en Francia el uso de tal partícula a quienes
no fueran de estirpe noble, y se llegó a ridículas
situaciones en las que plebeyos ricos compraban el derecho a
añadir dicha preposición a su apellido. Esto nunca
fue así en España y muchas de las casas más
antiguas y nobles de nuestro país nunca usaron esta preposición,
cuya significación no era más que de procedencia
cuando se anteponía a un nombre de lugar o de filiación
cuando se anteponía a un nombre de pila. Es cierto, no
obstante, que debido a la influencia de las costumbres francesas,
desde el siglo XVIII algunas familias españolas nobles
o aspirantes a nobles adoptaron esta partícula a imitación
de los franceses. Sin embargo, su uso nunca se restringió
a clase alguna, ni alcanzó jamás el significado
e importancia que tuvo en Francia.
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11º) Apellidos compuestos
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Los apellidos compuestos son aquellos en que se han adherido
dos o más linajes, como Sancho-Ronda, Fernández-Temiño,
etc. Las razones de estos compuestos son varias: en algunos
casos se trata de familias nobles que quisieron adherir dos
apellidos familiares, de la madre y del padre o de otro antecesor,
por ser ambos ilustres y para que no se perdiera ninguno; en
otros casos, y también en muchas familias nobles, la
razón respondía a la necesidad de distinguirse
de otras familias cuando el nombre patronímico era el
mismo, como en los numerosos compuestos que incorporan García,
Fernández, etc. En otros muchos casos, y precisamente
porque unir apellidos era costumbre de la nobleza, muchos plebeyos
adhirieron dos apellidos porque sonaba mejor y daba aspecto
noble. Probablemente por esta especie de neura nobiliaria que
vivió la sociedad española, a partir del siglo
XVI nació la costumbre de unir el apellido paterno y
materno, aunque el segundo no se heredara más allá
de la primera generación. Esta costumbre, que sigue vigente
en nuestros días, se hizo obligatoria a partir de 1870
con la ley del Registro Civil, principalmente para evitar confusiones
entre individuos con el mismo nombre de pila y primer apellido;
no surgió, por tanto, del deseo feminista o maternalista
de conservar el apellido de la madre, sino que se produjo, en
un principio, por la vanidad de tener un apellido largo y, más
adelante, por razones puramente burocráticas. Nótese
que, al menos en lo que concierne a Europa, esta costumbre parece
existir únicamente en España y en nuestro vecino
Portugal, que tantos puntos comunes comparte con nosotros; los
demás países europeos sólo usan el apellido
paterno, y en general la mujer debe cambiar el suyo por el de
su marido cuando se casa.
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12º) Apellidos de expósitos
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Junto con los pretendidos apellidos judíos, los apellidos
de expósitos son también motivo de muchas creencias
erróneas. Se ha dicho que los apellidos alusivos a nombres
de meses eran impuestos a los expósitos en función
del mes del año en que se les encontraba; también
se ha dicho, sin mayor fundamento, que eran de expósitos
los apellidos-nombre de bautismo como Pedro o Antonio y los
apellidos de nombres de santos o vírgenes. Respecto a
los apellidos-nombre de meses y a los apellidos-nombre de bautismo
ya se ha explicado su origen en líneas anteriores. En
cuanto a los apellidos de nombres de santos o vírgenes
(hagionímicos), como Sanmartín, Santamaría,
Sampedro, etc., también se ha afirmado que a los niños
abandonados a la beneficencia se les imponía como apellido
el nombre del santo del día en que se les hallaba; sin
embargo esta creencia carece de fundamento, y si bien es cierto
que pareció existir esta práctica en los orfanatos,
no hay datos ni estudios suficientes acerca del criterio cognomizador
que se aplicaba antiguamente para con los niños abandonados;
además, para estos niños se aplicaba la denominación
de "expósito", que ha dado lugar al apellido
homónimo. En la mayor parte de los casos, estos apellidos
proceden en realidad de nombres de poblaciones, en referencia
al lugar de residencia o procedencia del individuo, como tantos
otros apellidos toponímicos, como Toledo, Zaragoza o
Cuenca. En otras ocasiones se les ponía "de la Iglesia",
cuando los niños eran abandonados a la puerta de alguna
iglesia.
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Bibliografía empleada |
"APUNTES DE NOBILIARIA Y NOCIONES DE GENEALOGÍA Y HERÁLDICA"; primer curso de la Escuela de Genealogía, Heráldica y Nobiliaria, lecciones pronunciadas por Francisco de Cadenas y Allende, 2ª ed., Madrid, Hidalguía, 1984.
"ENSAYO HISTÓRICO ETIMOLÓGICO FILOLÓGICO SOBRE APELLIDOS CASTELLANOS"; por José Godoy Alcántara, Libr. París-Valencia, Valencia, 1992.
"DICCIONARIO DE APELLIDOS ESPAÑOLES";
por Roberto Faure, María Asunción Ribes, Antonio García, Madrid, Espasa, 2001.
"GRAN ENCICLOPEDIA LAROUSSE: GEL"; Barcelona, Planeta, 1987, 17 vols.
"GRAN ENCICLOPEDIA UNIVERSAL";
Bilbao, Asuri, 1988-1995, 30 vols.
"GRAN LAROUSSE UNIVERSAL"; Esplugues de Llobregat, Barcelona, Plaza & Janés, 1981, 49 vols.
"ONOMASTICA HISPANOAMERICANA"; por Gutierre Tibón, México, Editorial UTEHA, 1961.
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