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La Orden de los Camilos
Fundador y fecha de origen: San Camilo de Lelis, el 15 de agosto de 1.582, en Roma. Fin específico: Asistencia espiritual y corporal a los enfermos. Es Orden de Derecho Pontificio. La Curia Generalicia se encuentra en Roma. Esta Orden posee en España nueve Casas, en los siguientes lugares: Tres Cantos (Madrid), Barcelona, Bilbao, Navarrete (La Rioja), Orense, Sant Pere de Ribes (Barcelona), Sevilla, Valencia, Zaragoza. En el extranjero tiene dos casas en la República Argentina. Como ha quedado expuesto, esta Orden religiosa tiene por fin primordial el cuidado de los enfermos. Pero todo tiene un comienzo, y por tanto, es muy interesante conocer su historia y, sobre todo, cómo, por qué y en qué circunstancias fue fundada. Las órdenes religiosas, como cualquier corporación, sea del signo que sea, siempre tienen un motivo causante de su creación.

No son el resultado de factores meramente coyunturales, sino que surgen impuestas por unas necesidades de uno u otro género. Naturalmente, para estudiar esta Orden, no queda más remedio que ir a la fuente de la misma, es decir, a la personalidad de su fundador, Camilo de Lelis. Habrá que decir que el fundador de los Camilos, como comúnmente se denomina a los miembros de esta Orden, es Santo de la Iglesia. Nació en el seno de una familia distinguida, de Bucchiano (Italia), con fecha 25 de mayo de 1.550. Lo que resulta ciertamente un tanto curioso, es que en los tiempos de la niñez del futuro santo, nada hacía presumir que este dedicara su existencia al servicio de la Iglesia y, mucho menos, que alcanzara los altares. Y esto por un motivo muy importante: Perdió a su madre muy prematuramente, quedando a su cuidado su padre que había sido militar y no se preocupó lo más mínimo en proporcionar la debida educación religiosa al niño, con lo cual este aspecto tan importante en la vida del ser humano, resultó hartamente deficiente. Camilo de Lelis, al que su padre descuidó también en la educación civil, hasta el punto que no sabía casi ni leer ni escribir, abrazó también la carrera de las armas, quizás para acompañar a su padre en la lucha contra los turcos, en el año 1.568, pero su progenitor murió y él cayó gravemente enfermo. No obstante, la guerra le mostró las miserias de la existencia del hombre, la muerte y la sangre derramada. Pero, por aquellas fechas, no parece que sacó provecho de estas duras enseñanzas. Bastante repuesto, regresó a Roma, pero una recaída le hizo buscar alojamiento en un hospital de Roma, el de San Giacomo, pero tuvo que trabajar como enfermero, a cambio de ser atendido y alimentado. No duró mucho en aquel servicio, porque, parece ser que su conducta no fue todo lo ejemplar que hubiera sido de desear, por lo que fue expulsado del centro benéfico. A partir del año 1.560 y hasta 1.574, volvió a empuñar las armas para la lucha contra los turcos, formando parte del Ejército veneciano. Acaso por los peligros que pasó, las escenas cruentas que vio, el dolor de los heridos y los horrores de las guerras, se dice que por aquellas fechas le asaltó el pensamiento de dedicarse a la vida religiosa. Pero la realidad es que cuando fue licenciado y volvió a Nápoles, olvidó prontamente sus buenos propósitos, para entregarse nuevamente a una vida de disipación y diversiones.

Bebía mucho y se hizo un jugador empedernido hasta el punto que, en una partida de naipes, perdió todo cuanto poseía, incluso la camisa. Reducido a la más atroz miseria, perdidos los amigos que podían ayudarle y que al contemplar sus excesos se habían ido alejando de él, buscó trabajo como peón en la construcción del monasterio capuchino de Manfredonia, y fue en esta época cuando su transformación tuvo lugar. Una exhortación del guardián de aquel convento, fue el detonante que hizo cambiar su vida de forma radical. Su primera idea fue hacerse capuchino. Pero se le abrió una úlcera que padecía en un pie, lo que le hizo abandonar las obras del convento, para ir a solicitar ser admitido en un convento de franciscanos, no lo consiguió y de nuevo volvió a ingresar en el Hospital de San Giacomo, donde lo admitieron para que volviera a ocuparse del cuidado de los enfermos. Quien antes fuera un joven disipado, se reveló ahora como un enfermero abnegado que se desvivía en el cuidado de los que sufrían, haciendo frecuentes penitencias. Día y noche atendía a cuantos le necesitaban y se diría que no le preocupaba lo más mínimo morir de agotamiento, o ser contagiado de alguna grave enfermedad. Atendía a los moribundos y por aquella época fue cuando conoció a San Felipe Neri, el cual quedó admirado ante la piedad del joven que, años atrás, había sido un empedernido pecador. Cual sería su proceder que a los cuatro años de permanencia en el Hospital fue nombrado director del mismo, tal era su caridad. Para poder atender mejor su cometido, siguió el consejo de San Felipe Neri y decidió hacerse sacerdote, comenzando los estudios a la edad de treinta y dos años, asistiendo durante algún tiempo a las clases en un colegio de Jesuitas. Y tal fue el ardor con que se entregó al estudio de la Teología, que pudo salir airoso de cuantas pruebas fue sometido, y así, en el año 1.584, San Camilo fue ordenado sacerdote. Sus experiencias como jefe del hospital, le animaron a llevar a cabo un ensayo, una idea que llevaba en la mente tiempo atrás, consistente en organizar una asociación de enfermeros, cuyo objeto fuera el cuidado de los pacientes y que viviendo en monástica comunidad, se procuraran los medios para mantener su benéfica labor.

De esta hermandad nació la orden de los Clérigos Regulares para el cuidado de los enfermos, o Padres Camilos, como son conocidos en la actualidad. Los miembros de la nueva Orden hacían voto de cuidar a los atacados por la peste, además de los votos ordinarios. Cuando San Camilo, su fundador, murió, la Orden contaba ya con 300 miembros y 200 habían muerto de contagio. Pero lo que es muy importante en la vida de este hombre es que introdujo mejoras trascendentales en lo que se refiere al cuidado de los enfermos, adelantándose a su tiempo. Procuró que se dedicara especial cuidado al régimen alimentario de los pacientes, siendo el primero que se preocupó de este punto tan importante en los hospitales. Cuidó asimismo de que los enfermeros fueran educados y enseñados para su trabajo, no dejando absolutamente nada a la improvisación, para lo cual reclamó el auxilio de expertos médicos, para que se dedicaran a enseñar a los enfermeros la técnicas de la labor a la que iban a dedicarse. Jamás se fió de la memoria, ni toleró que ningún enfermero lo hiciera, fijando a que todas las variaciones que en su dolencia iban teniendo los enfermos, fueran cuidadosamente anotadas, y que se cumplieran rigurosamente las prescripciones facultativas, y exigió que los enfermeros rindieran cuenta e informaran al médico del estado de los pacientes, siguiendo las anotaciones que les ordenó llevar.

Hasta entonces, los pacientes habían estado alojados en enormes estancias, mal ventiladas y, por lo general, húmedas. San Camilo cambió todo esto, haciendo que fueran alojados en salas bien aireadas y sobre todo, extremadamente limpias. En al año 1.607, aquejado de graves dolencias, San Camilo tuvo que suspender la dirección de los hospitales. Con los pies llenos de llagas y con terribles dolores producidos por cálculos renales, aún así, se esforzaba en ir cama por cama, interesándose por el estado de los enfermos, y preguntando a estos qué necesitaban. Su muerte se produjo en Roma el día 14 de julio de 1.614.

     
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